Dígame, cuando era niño, ¿con qué soñaba?
Jesús Sanchez Adalid (JSA) Cuando era niño, recuerdo haber sido muy inquieto y haber tenido siempre una gran imaginación. Me encantaban los animales, la naturaleza, los viajes… Pertenecí al movimiento Scout y disfrutaba mucho con aquel maravilloso juego de exploradores, con aventuras desde una edad muy temprana y amigos que aún hoy son como mis hermanos.
Soñaba con viajar a países lejanos y exóticos. Deseaba conocer formas de vida diferentes a la mía, otras costumbres y religiones. Gracias a Dios, recibí una educación laica y abierta, sin prejuicios ni malos ejemplos de rechazos racistas ni fanatismos xenófobos o religiosos. Eso ha supuesto para mí una gran ventaja.
También me aficioné muy pronto a la lectura. Gracias a eso, aumentó mi inquietud y mi curiosidad por la historia y por las diversas culturas del mundo.
Teresa de Ávila, sobre la que escribió una novela maravillosa -“Y de repente Teresa” (Ediciones B)- aseguraba que la imaginación es la loca de la casa. A usted la imaginación le ha llevado muy lejos, le ha empujado letra adentro a navegar por la Historia, a recorrerla como si fuese un testigo ocular. ¿De dónde le nace a usted semejante interés por el pasado? ¿Quién le enseñó a contar historias? ¿Quién le enseñó a contar así la Historia?
JSA. En mi casa siempre hubo libros. Como he dicho, la lectura fue una gran aliada de mi imaginación en las primeras etapas de mi vida. Mis padres y mis abuelos fueron grandes lectores, amantes de la historia y de la cultura. No puedo estar más agradecido a la suerte de haberme criado en un ambiente así.
Cuando empecé a escribir, casi de forma espontánea, ya tenía yo casi cuarenta años… Pero todo fluyó de la manera más natural. Digamos que me brotaba solo el deseo y la inspiración nunca me ha faltado. Eso también es una suerte. O tal vez un don…
En el caso de la novela titulada “Y de repente Teresa”, tuve muy claro, desde el primer momento, que no debía ser nada parecido a una biografía o una historia del personaje. Santa Teresa es autobiógrafa en la mayoría de sus escritos. Por lo tanto, yo debía ser respetuoso y no remedar su manera de contar las cosas. Por eso, me pareció que lo más interesante en torno a ella era narrar el que fue su mayor conflicto: el acoso permanente de la Inquisición y el temor que siempre tuvo a este hecho.
Es autor de veinte novelas tan trepidantes como bien construidas y documentadas. Detrás de ellas, además de un gran talento, se adivina mucha dedicación, trabajo, esfuerzo… ¿Es para usted la literatura un segundo sacerdocio?, ¿por qué y para qué escribe?
JSA. Sin duda, para mí es una verdadera vocación. Cada vez más, lo siento de esta manera. Si bien en mis inicios sólo hubo un mero entretenimiento, ahora sé que me debo a mis lectores y que estoy obligado a hacer cada vez mejor este oficio. Escribo para transmitir no solo hechos históricos, sino una manera de entender la vida: la necesidad de la paz, del diálogo, de la fraternidad, del amor universal… No es fácil, pero siento que debo hacerlo. Es como una llamada interior.
Bastantes de sus personajes son seres humanos que se desplazan a tierras y culturas que les son extrañas, ajenas, desconocidas…más allá del periplo y de la aventura meramente exteriores, ¿no hay en esas vivencias de sus personajes, mucho de viaje interior, iniciático o mítico?
JSA. Es así, en efecto. Ese viaje interior es necesario. Es un viaje arriesgado e integrador, donde pueden existir los temores del encuentro místico. Se trata de un esfuerzo psicológico a la vez que espiritual, donde adquirir conocimiento de ti mismo. Pero también una manera diferente de afrontar la vida, las obligaciones diarias, el trabajo, las personas de nuestro alrededor, esas por quienes vivimos, por quienes sufrimos y a quienes amamos.
Los novelistas tienen, por su oficio, facilidad para la disociación personal, habilidad para ubicarse en los zapatos de otros. ¿Qué ha aprendido metiéndose en la piel de sus personajes -hombres y mujeres- de diferentes culturas?
JSA. La pregunta fundamental que me hago es la siguiente: ¿cómo pueden hombres de diferentes culturas y religiones vivir juntos en comunidad? Es una cuestión secular, pero de una actualidad sorprendente, debido a los fenómenos de la xenofobia y la intolerancia por motivos religiosos, culturales y raciales. Y la necesidad de la cuestión surge constantemente, aunque la respuesta se conoce y reconoce en lo esencial desde hace mucho tiempo. Pero yo creo que la respuesta no consiste en la democracia, por lo menos no en su noción constitucional o meramente jurídica. Eso es una simplificación que acaba conduciendo a un espacio vacío. Esta intuición, a primera vista provocativa, tampoco es nueva. La convivencia exitosa entre culturas diferentes no está ligada a las formas, sino a las actitudes y los sentimientos. La ley es el marco, pero hay que dotarlo de sentido. A la comunidad tolerante le sigue la sociedad tolerante. De este modo, se debe posibilitar a cada ciudadano la libertad para adherirse virtualmente a cualquier forma de vida, siempre que no incluya la violencia o la segregación.
Un ciudadano tolerante muestra respeto a las personas que profesan otras religiones, confesiones o convicciones políticas, o que persiguen otros planes de vida. Esta es la tolerancia como virtud ciudadana.
Y la verdadera tolerancia no es mera permisividad, dictada por el afán de garantizar una mínima convivencia; no implica indiferencia ante la verdad y los valores; no supone aceptar que cada uno tiene su verdad y su forma propia de pensar por el hecho de pertenecer a una generación o a otra; no se reduce a afirmar que se respetan las opiniones ajenas, aunque no se les preste la menor atención. Hay que ir más allá: debe ser reconocida la fraternidad como meta final.
En su opinión ¿qué lazos unen a Occidente y a Oriente Medio? ¿Cuáles son los nexos más importantes?, ¿qué mimbres deberíamos esforzarnos en entretejer?
JSA. No resulta nada fácil responder a esa pregunta en un espacio tan breve. Temo tener que recurrir a frases tópicas o lugares demasiado comunes. Pero no lo eludiré.
Es evidente que la relación entre Occidente y el mundo árabe y musulmán está enturbiada y complicada por la persistencia de recuerdos de colonización, guerras y atrocidades que se remontan a las Cruzadas y, en tiempos modernos, por los movimientos fanáticos islamistas, visibles en los conflictos recientes en Afganistán e Irak. Es una relación dañada por sospechas, desconfianza y resentimiento de parte de muchos (o acaso la mayoría) de los musulmanes, así como también de muchos ciudadanos occidentales. El exiguo conocimiento que las dos partes de la relación tienen de otras culturas no facilita la comprensión mutua; un hecho explotado permanentemente por los radicales (también de ambos lados).
Abundantes iniciativas recientes intentaron promover el diálogo intercultural y fomentar una comprensión más profunda entre civilizaciones y culturas, particularmente el Islam y Occidente. Lamentablemente, estas propuestas (incluida la creación en 2005 de la Alianza de Civilizaciones de las Naciones Unidas) no han excedido en general el ámbito de las personas más voluntariosas, y sus esfuerzos no han tenido efecto sobre la gente de a pie.
Y para colmo, los ataques o expresiones extremistas se sobreponen a esas iniciativas y refuerza la idea de que hay dos culturas antitéticas trabadas en un conflicto inevitable e inmutable. Por ejemplo, la polémica que se suscitó hace poco en Francia por unas caricaturas del Profeta Muhammad, y las reacciones terribles que le siguieron, son pruebas claras de la profunda división cultural que enturbia las relaciones entre el Islam y Occidente.
A pesar de todo eso, de la confusión y la polarización que hay hoy en el mundo, es imperioso un amplio diálogo entre las dos culturas que ponga sobre la mesa todos los temas conflictivos, con la esperanza de llegar a una comprensión empática que ayude a cerrar el abismo abierto entre las dos. Y me consta que hay muchos movimientos e iniciativas tenaces y arriesgadas en este sentido. Parece utópico, pero se alcanzará el objetivo. Eso es lo que creo.
En el año 2014 fue galardonado con el “Premio Troa Libros con valores”, por su novela Treinta doblones de oro (Ediciones B). ¿Cree que los libros pueden cambiar el mundo?, ¿cree que la literatura puede hacernos mejores?
JSA. La literatura de evasión pudiera parecer no tener una obvia utilidad en principio, pero la ciencia ha demostrado que la tiene. Leer literatura, una actividad que muchos consideran ociosa o inútil, posee un valor social innegable: nos hace más empáticos, más dispuestos a escuchar y entender a los otros. La ficción literaria nos enseña a identificarnos nuestras angustias y también cómo afrontar y compartir nuestros problemas cotidianos.
Esto hoy resulta especialmente importante, cuando muchos de los retos más apremiantes de nuestro tiempo se tienen que resolver de manera colectiva y solidaria: los desastres naturales, el cambio climático, las crisis migratorias mundiales, los conflictos o la lucha por los derechos de las minorías… Todo esto fue narrado desde hace cinco mil años en La epopeya de Gilgamesh. Ahí ya hay un desastre universal, el diluvio, y se cuentan las desgracias de la gente obligada a huir y exiliarse, y también el clamor de los más débiles contra los abusos de poder del rey Gilgamesh. También la Odisea, un poema del siglo VIII a. C., permitió durante siglos a incontables generaciones de lectores reconocerse en la ardua travesía de un inmigrante, un viajero que huye de su lugar de nacimiento y después regresa a él. Ulises representa a los miles de refugiados que huyen de la guerra y la pobreza, y que atraviesan el mar Mediterráneo para llegar a las costas de Europa.
La gran literatura, incluso cuando se escribió miles de años atrás, tiene y tendrá lecciones para los lectores de todos los tiempos. Y quizás será la buena literatura, y su intrínseca capacidad de hacernos más virtuosos, la que pueda salvarnos de nosotros mismos.
¿Cómo le gustaría ser recordado?
JSA. Quisiera ser simplemente un buen hombre… Lo intento, pero no es fácil.
Entrevista realizada por María Viedma
María Viedma
Escritora
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من أجل التنمية الثقافية والإقتصادية بين الشرق الأوسط و أوروبا
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